martes, 2 de junio de 2009

Recetas caseras I

Cuando leo me vuelvo pequeña. Soy tan diminuta que puedo montar las emes y las haches, estas últimas son mis favoritas porque me brindan un cuello de donde asirme y déjenme decirles cuanto me gusta colgarme de las cosas. Me dejo envolver por la fuerza cinética y mi cuerpo es luz, es un haz, un halo, una hoz de movimiento. Los puntos y aparte me ofrecen la excusa perfecta para dar un saltito de página y viajar a un nuevo número. Si es par, avanzo tranquila, si es impar me piso el pie derecho por cinco segundos para desechar la mala suerte que traen los nones. Y allí reanudo mi juego. Me he vuelto bien diestra revoleando las oes en mi cintura cual aro de hula-hula y los guiones funcionan a la perfección como vara para limbo permitiéndome arquearme en las más divertidas formas. Si me canso me refugio en algún que otro paréntesis y cuando recobro el aliento me subo a los signos de admiración para recorrer a zancadas los párrafos extensos. Y así el libro se transforma en una carrera de postas extenuante, la receta más efectiva que encontré para vencer el insomnio.

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