martes, 28 de abril de 2009

Homme à la carte

Cuando de hombres se trata he llegado a convencerme de que mi gusto es relativamente extravagante. Si de físico hablamos no hay cosa que me seduzca más que la inteligencia innata. Puedo caer rendida a los pies de una buena ortografía y alcanzar casi el orgasmo ante una sintaxis compleja bien enunciada. Me deleita a sobremanera escuchar hablar de literatura y religión, por más atea que sea en realidad. Cambio con los ojos cerrados unos músculos prominentes por un léxico abundante, descarto a mano suelta un discurso redundante. Gana mi ternura la ignorancia sincera, me provoca repulsión la verborragia canchera. Una metáfora de amor me descoloca y soy capaz de elegir la imaginación antes que una buena elección de peinado. El hombre más sexy es el puntual, y el más codiciada el honesto. Mido la belleza al salir de la ducha y durante la mañana. Encuentro la bilateralidad completamente estimulante y a falta de un idioma, prefiero que hablen dos. Me enamoro de un buen menú con postre incluido y no caté mejor perfume que el dejo a tabaco en la boca de mi amante. Evito los estereotipos, la ambigüedad y el exoticismo son cualidades inadquiribles y completamente fundamentales en mi pirámide de Maslow.

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